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La semilla no crece en terreno infértil y, si lo hace, la cosecha no será buena. Y es que lo tenemos más que claro: de la calidad del suelo depende un buen cultivo. La actividad agrícola está sujeta a un delicado equilibrio sin el cual no es posible obtener vida y que la tierra dé sus frutos. Vitaminas, nutrientes, sustratos, volumen de agua y un buen clima confluyen para que esta industria, que hace parte esencial de aparato económico de cualquier país, sea rentable y próspera. Según Symborg, un suelo sano es un suelo productivo y sostenible.
Los aportes del sector agrícola son esenciales para generar empleos, lidiar contra la pobreza, la desnutrición y otros problemas de salud pública contra los que constantemente luchamos. De hecho, anualmente la agricultura genera 8 millones de toneladas de madera y otros productos que hacen parte del consumo esencial de varios mercados. Pero, también es una realidad que, debido a muchas de sus prácticas, como la quema a cielo abierto y el desperdicio de agua dulce, tiene un enorme impacto medioambiental. Ya advirtió sobre ello la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuando señaló que esta es nuestra última oportunidad para hacer frente al daño a los suelos y los efectos del cambio climático, entre otros problemas ecológicos.
Entre sus objetivos primordiales, la agenda de la ONU estipula el acceso a agua limpia y saneamiento de las fuentes hídricas, acción climática orientada al cambio para enfrentar la crisis actual y la innovación en cuanto a industria e infraestructura. Ya estamos siendo testigos de las sequías y cómo el estado de los embalses ha incidido de manera negativa en el sector agrícola, por lo que cada vez resulta más necesario un giro de 180 grados en cuanto a la visión del sector para que sea sostenible y pueda lograrse un mayor aprovechamiento de las fuentes del recurso vital.
La industria agrícola es la mayor consumidora de agua dulce en el mundo. Lla mayor parte de los recursos en embalses y ríos va destinada a la gestión del proceso de cultivo para dar lugar a cosechas fructíferas y potencialmente rentables. De ahí que la FAO, también conocida como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, propenda por modelos de cultivo con menor impacto negativo en la preservación del agua y la administración de los suelos.
Sabemos que el cambio climático no es un juego o una bandera con la que se pretende promover una agenda, sino un problema real y muy serio que afecta a todo el mundo desde hace varios años. Además, las variaciones de la temperatura y los diversos fenómenos meteorológicos a los que estamos expuestos, como el del Niño y la Niña, empiezan a tener severas consecuencias para la agricultura.
El suelo es el más afectado en medio de este oscuro panorama, tanto así que la tierra empobrecida y degradada es una de las principales causas de que el sector demande un suministro tan elevado de agua, lo cual resulta poco sostenible y para nada orientado a las buenas prácticas que aconseja la ONU para alcanzar los objetivos de 2030. Ante esta situación, resulta evidente que es menester un cambio de modelo agrícola que apueste por la sostenibilidad, la única vía para cuidar los recursos.
Pero ¿en qué consiste la agricultura sostenible? Se trata de un conjunto de estrategias coadyuvantes en la gestión de problemas medioambientales que procuran por el uso eficiente de los recursos naturales, la realización de acciones directas y concretas que permitan conservar y proteger los embalses, lograr que las personas sean resilientes ante el cambio climático, educar para la generación de nuevos modelos de consumo y trabajar de la mano de los entes gubernamentales, que sin duda desempeñan un papel crucial en la manutención del sistema.
En el ámbito científico se está trabajando con ahínco para plantear alternativas que favorezcan la regeneración de suelos, sin afectar las reservas de agua dulce. Por ejemplo, frente a la gran demanda del sector en materia de hidratación de la tierra, se ha desarrollado recientemente un modelo de riego al que se ha bautizado como ´agua sólida´, una sustancia elaborada a base de acrilato de potasio, polímero biodegradable y no tóxico que, al contacto con el agua, absorbe hasta 200 veces su peso, acumulando así el agua de lluvia para suplir las necesidades de los cultivos.
Pero, también hay muchas otras soluciones biotecnológicas sobre la mesa que han sido planteadas con la finalidad de favorecer la proliferación de microorganismos en los suelos y de manera sostenible. Una de ellas consiste en el uso de Qlimax, un fertilizante de Symborg que tiene la propiedad excepcional de revitalizar los suelos y fortalecer la flora microbiana que hace que un terreno sea sano para el cultivo.
Esta es una manera increíble de garantizar la seguridad alimentaria y allanar el terreno para un mejor futuro en materia agrícola, pues ha llegado el momento de apostar por el cambio y no dejarlo como tema de conversación, sino aplicarlo activamente.
Pero ¿cómo funciona este modelo de regeneración del suelo para el aprovechamiento del agua? Aquí te contamos un poco más al respecto:
Este es el momento para llevar la tecnología al campo e implementar modelos de acción que contribuyan al logro de objetivos globales. El sector agrícola es clave en muchos niveles económicos, de ahí que apostar por la sostenibilidad sea la mejor herramienta de la que podemos echar mano para evitar el desperdicio de las fuentes hídricas, aumentar la eficiencia y permitir que los cultivos sean más productivos.